Descripción
Yo besé a ese pintor. Como te besé, Doña, ese día, en la explanada de la Place des-Arts. Primero, los labios. Para erosionarlos con suavidad. Su labio entre mis labios, entre mis dientes, caricias juguetonas. Su lengua entre mis labios. Succión. Dulzura. Boca húmeda de una saliva que no es mía. Y el sabor salado de su piel. Hasta entonces nunca había sabido que hacer con eso, con mis labios hinchados, mullidos almohadones inútiles. Salvo apoyar alguna vez sobre sus bordes un dedo dubitativo. Salvo a morderlos y mirar a los hombres turbarse. Sólo por jugar. Siempre fui una niña. Los niños juegan a lo que pueden. Durante el beso, la abuela se calló. Y luego, en Saint-Michel, salimos de allí, hartos de arrumacos, y ella sumergida en silencio. La abuela volvió a cantar. El pintor dijo: su canción habla de amor, de una joven amante en una época en que por definición las amantes carecían de honra. Esta novela es un poema a la piel, a todas las pieles, a la de los Cabila –porque la abuela es beréber– tanto como a la piel de los gemelos. Amar es acariciar, es comer los labios, es vestirse con la piel del ser amado y es sufrir su presencia demasiado intensa, tanto como su insoportable ausencia.
Amar es leer La piel de los dedos, una novela escrita por una joven autora de veintiún años nacida en Argentina y que nos hace viajar en las palabras, en las ciudades, en los sueños…